El proceso de vaciamiento
De todos los
aspectos que diferencian a la época contemporánea de los tiempos pasados, no
son fundamentales los que están más a la vista, los espectaculares como la
energía atómica, los vuelos cósmicos, etcétera, sino precisamente los que están
ocultos y son algo difíciles de descubrir. Son diferencias relativas al
contenido interno del hombre, del alma humana, diferencias espirituales e intelectuales.
En realidad, el hombre es quien mueve la vida sobre nuestro planeta, siempre
dentro de los límites rígidos e insalvables establecidos por la naturaleza y
sólo los cambios profundos de la personalidad del hombre pueden desviar el
cambio de orientación de los procesos básicos de la vida sobre la tierra (primarios)
Y hay que reconocer este hecho tan singular: el hombre de
hoy es ya muy distinto del hombre de ayer.
¿Desde cuándo? Por supuesto, que ese cambio radical no vino
tan de golpe. Empezó probablemente como un reflejo instintivo que existe en la
naturaleza- de anteponer a cualquier acción una resistencia, tanto en el campo
de leyes físicas como abstractas, exponiendo una actitud de crítica a la
formación natural-orgánica del contenido interno del hombre, espiritual-intelectual-su alma, que se
formaba en un proceso normal que era, aunque ya metafísico, como una
prolongación o ampliación de procesos físicos. En efecto,
Paralelismo entre hechos físicos y espirituales permite
descubrir las leyes
Hechos primarios van
siempre acompañados por uno. Tienen sentido contrario, adverso, al hecho
primario independiente, que le originó- sirviendo de freno, de contrapeso, de
cierta realización- Es una de las leyes básicas de la naturaleza, o tal vez
sólo un efecto de una ley natural más amplia.
Se supone como límite (la meta) donde
termina el ansia de seguir buscando felicidad. Matemáticamente, la felicidad es
el límite definitivo al cual se dirige la cambiante de felicidades humanas
limitadas y se supone comparativamente como una magnitud infinitamente mayor de
la máxima felicidad alcanzada por nosotros.
El hombre contemporáneo, sin distinción de raza o nivel
cultural, tiene con su precursor de ayer una diferencia radical, radical y
fundamental que repercute en todos los campos de actividad humana. Esa
diferencia importante –la podríamos llamar “el vaciamiento”- consiste en que el
hombre en el pasado –de cualquier época y de cualquier país, pese a todos sus
defectos y su ignorancia, era una cierta personalidad formada acorde a su
origen racial, las convicciones religiosas y el ambiente correspondiente. Tenía
sus creencias firmes y definidas, aunque en mayoría de los casos, recibidos de
otros individuos de su grupo, pero los tenía ya como muy propios, muy suyos,
estaba muy conforme con ellos y estaba dispuesto a luchar por esos valores y
defenderlos hasta las últimas consecuencias. Era una persona entera, de una
sola pieza, con sus credos definidos, seguro, tranquilo, sin complejos, y -lo
que es lo más importante- mucho más feliz que sus sucesores.
La explicación de ése fenómeno consiste en que la formación
total del hombre tanto física- material, como también moral-espiritual e
intelectual, se realizaba y era la culminación y el resultado del conjunto de
procesos biológicamente naturales, completamente normales y perfectamente
acordes a todas las leyes naturales – la mayor parte de las cuales nosotros ni
las conocemos, pero no por eso menos reales –entendiendo la formación completa
de una persona, en sus partes tanto materiales como metafísicos – como un solo
proceso natural.
Por supuesto, en el transcurso de a Historia, los milenios
de vida, solían ocurrir las violentas perturbaciones, pero eran temporales y
desaparecían, volviendo otra vez las cosas a su lugar de siempre. Pero llegó la
época cuando empezaron ir apareciendo factores persistentes y múltiples que
presionaron a los procesos naturales, desviándolos y creando nuevas condiciones
estables. El factor desencadenante fue el mismo crecimiento demográfico que
presionó hacia mayor intercambio y más contactos entre distintos grupos
étnicos, el mismo proceso se acentuó y se aceleró con inventos que permitieron
a la gente viajar más rápido, más lejos, permitió a ir desplazando cada vez a
mayores grupos humanos.
Después llegó la época moderna, siglo XX, las Guerras, las
Revoluciones, las migraciones multitudinarias, y por otro lado –la prensa, los
[…], los periódicos, las revistas, la radio, la televisión, el cine, la
propaganda activa de nuevas filosofías, religiones, credos, sectas, la
política.
Los tiempos que estamos viviendo hoy son muy distintos de
las épocas pasadas por la presencia de aspectos nuevos (factores, hechos y
cosas) que antes no existían –y no hay necesidad de ir nombrándolas. Pero son
cosas externas –no están dentro del hombre y por eso no son básicas,
esenciales. La diferencia radical que hay entre el hombre de hoy y el de ayer
es cierto vaciamiento –tanto del alma como del intelecto humano, la falta de un
contenido firme y estable en el interior de la gente, y aunque suene raro, es
fácil de explicar éste fenómeno. En todas las épocas pasadas y entre todos lo
pueblos de la tierra, el hombre pertenecía a cierto conjunto de modalidades,
costumbres, ideas y criterios. Nacía en un ambiente étnico definido, se criaba
dentro del mismo, se impregnaba del mismo contenido común a todos los miembros
de su grupo, adoptaba el mismo credo –religioso-ético, y enfrentaba a la vida
con concepciones firmemente establecidas y definidas, -todo lo veía claro y
seguro, no tenía dudas ni búsquedas, tenía paz interna y estaba listo para
luchar y defender su forma de entender y encarar la vida aunque esa forma fuera
errónea. Era un ser sano, competo -de una sola pieza, con una línea de conducta
fijada desde el principio.
¿Y qué pasa con el hombre de hoy? Hablaremos de un
individuo de raza blanca, de cultura occidental. Casi siempre pertenece a una
religión –oficialmente- pero casi nunca sabe de sus preceptos fundamentales y
no lo siente ni quiere conocerlos. Pertenece a algún partido político, pero no
le interesa su plataforma, pertenece a organis. Profesionales, culturales,
económicas, etc. Pero nunca (salvo en el deporte ¡tal vez!) está compenetrado
por el complejo de criterio e ideas del grupo del cual forma parte. En realidad,
hoy, el hombre moderno no tiene nada por que luchar, ni que defender –no está
acondicionado- ni moral, ni emocional, ni intelectualmente – no siente nada ni
cree en nada. Claro, ¿quién lo critica por eso? Al revés, se le elogia –ya no es fanática, no es racista-
es moderno, democrático y progresista – porque es idéntico, igual a otros
miembros de la sociedad –no se distingue en nada de nadie. Pero, dicen que
naturaleza no tolera el vacío: y así, donde antes moraban valores de peso –los
queremos o no, tenemos que reconocer que eran sólidos, estables y orgánicos-
como solidaridad tribal, étnica, racial, nacionalismo, patriotismo, la
religión, la familia, los sentimientos verdaderos de amor, de respeto, de
lealtad, de fe, de esperanza, las normas de modestia, de conducta, de deber.
Hoy las reemplazan el egoísmo, la búsqueda de la vida
fácil, de comodidades, de lujos, de diversiones, de distracciones, de afanes
por riquezas, los bienes materiales, los intereses mezquinos.
Con eso no queremos decir que el hombre de ayer era tanto
mejor del hombre de hoy, pero indicar solamente que los valores rubricados como
retrógrados y negativos ya están reivindicados –erradicarlos del alma humana
resultó ya desastroso y presenta todos los indicios de encaminar las cosas
todavía par empeorar más. Éste cambio que sufrió la personalidad humana por su
puesto no se presentó así de repente, sino se originó culminando un largo
proceso de profundas metamorfosis, favorecido por guerras, revoluciones,
migraciones, el rápido crecimiento de comunicaciones, de medios para los
viajes, inventos que posibilitaron a intercomunicación que debilitó el arraigo
y el crecimiento natural del alma humana sin segregarla del ambiente orgánico.
Todo éste asunto podría parecer discutible si no existía la siguiente
consideración fundamental irrebatible: Ya podemos dejar por sentado –y así lo
confirman las tendencias políticas y filosóficas que más combatieron los
valores orgánicos del hombre- como la Religión, el Patriotismo, Amor familiar,
etc. – con su desesperado intento de reemplazar lo natural, por cosas
artificiales, ficticias – la Religión, por cualquier conjunto de dudosos
conceptos, - el Patriotismo, por solidaridad clasista, etc. Pero para salvarse,
como ocurrió en Rusia en la última guerra, volvieron a recurrir otra vez a
preceptos tantos años combatidos, abandonando momentáneamente la falsas
invenciones de teóricos y “progresistas” –que el objetivo primordial del hombre
es la búsqueda de la felicidad máxima, verdadera y definitiva, que para llegar
a ésa felicidad necesita tiempo- ¡El objetivo está siempre en el Futuro! - El
tiempo le da solamente la vida. Pero en la escala de valores están siempre:
Primero la verdadera y suprema felicidad; segundo, la vida que permite seguir
la lucha par llegar a esa felicidad que da al hombre el tiempo necesario; y el
tercero es descubrir el camino hacia la felicidad, encontrar la forma de
actuar, los procedimientos a seguir que nos pueden acercar a nuestra meta
suprema. Siguiendo ése razonamiento lógico y sencillo llegamos a esa parte del
asunto. Conforme: uno, la felicidad; dos la vida; tres, el camino a seguir –
donde está. Éste es un campo donde recién entra la religión, ofreciendo, cada
religión, sus propias soluciones.
No queremos desechar las recetas religiosas,
creemos que son válidas y eficaces para cada grupo orgánico. Pero nosotros
estamos buscando una síntesis, -ése armazón que es común a todas las religiones
pero está oculto detrás de estructuras sobrepuestas visibles, buscamos esa
esencia comprensible para cualquier mentalidad humana, y lo que necesitamos
–que fuera comprensible también para el hombre moderno, el de alma vaciada, que
perdió sus raíces naturales que le alimentaban y encuentra dificultad en volver
al proceso orgánico vegetativo. Vamos a ver ahora ¿Qué cosa común tienen todas
las religiones, en común, desde el fetichismo y shamanismo de los primitivos,
hasta los más altos conceptos del cristianismo? A ésa pregunta siempre se
contestó en forma errónea: dicen que es
el concepto de Dios, la búsqueda de poderes supremos. Pero cualquiera puede
darse cuenta que el centro del problema no está ahí y es fácil de demostrarle
en un simple ejercicio de lógica.
El quid del asunto está más hondo, dentro del alma humana y
es una necesidad básica, profundamente orgánica, sumamente humana y común a
toda persona normal y sana. Me dicen ¿Buscar a Dios? ¿y para qué quiere uno
buscar a Dios? ¿Para adorarlo? ¿Para rezar? Por favor, yo aseguro que el tal
homo sapiens, tanto ése de las cavernas de Neandertal como el de las Academias
de Ciencias más avanzadas, eran y sigue siendo una persona práctica: Si está
buscando a Dios quiere decir que tiene para eso sus razones, tiene una
necesidad práctica para solucionar, para resolver. Esa necesidad consiste antes
que nada en resolver algunos problemitas que el hombre sensato reconoce no
poder resolver solo y o quiere dejarse sin solucionarlo. Ahí está todo, el
hombre normal se reconoce como un ser limitado, creado por algunas
fuerzas que él no conoce, las cuales al crearle a él, probablemente tenían
algunos planes, algunos proyectos, algunas intenciones respecto a las futuras
actividades de su creación. Ya que el hombre tiene la facultad de la libre
elección, necesita conocer las metas hacia las cuales tiene que dirigirse para
actuar de acuerdo a propósitos de las Fuerzas Superiores que le crearon para
evitar caminos errados –necesita conocer la Verdad sobre esas cuestiones
básicas de la vida. Conociendo la Verdad, el hombre ya sabe el camino a seguir,
tiene la seguridad, tiene la paz interna, tiene la felicidad. Lo importante de
todo eso consiste, que la formación espiritual del hombre, inclusive aspectos
religiosos de personas, es un proceso natural, que forma parte del conjunto de
procesos vitales constructivos humanos –tanto fisiológicos, como espirituales,
-que son indivisibles, vitales, inter-relacionados, inseparables, representando
el segundo o el espiritual solo la continuación en otro plano de procesos
fisiológicos y como tal depende de las herencias étnico-biológicas de cada
grupo definido, con todas las diferencias naturales que lo diferencian de otros
grupos.
Por eso no se puede, no tiene que tratarse de destruir, de
eliminar el contenido espiritual étnico-religioso de grupo humano alguno
–aunque muy atrasado y primitivo, por el peligro presente de destruirlo del
todo –físicamente también.
Sólo se puede ir incorporando paulatinamente al proceso
natural del proceso espiritual interno los elementos nuevos y más
perfeccionados, sin enfrentamientos bruscos y violentos. Y cuando se trata del
reemplazo de formas primitivas naturales por otras más elevadas, el proceso se
corona con un éxito –como fue con la
difusión del cristianismo –en los albores de la era del cristianismo. Y se
confirma más comparándolo con la actuación de la Inquisición, que fracasó
rotundamente porque solo buscaba destruir las creencias ajenas, sin tratar de
reemplazarlas con nada –solo para conseguir y conservar el dominio bruto sobre
la gente.
Los procesos en el plano espiritual de la humanidad
contemporánea son más complicados y de máxima significación e importancia. El
cristianismo, como idea, conquistó las almas de la mayoría de la gente de los
pueblos de raza blanca, que iba a la cabeza de la humanidad entera. Pero
ocurrió lo más raro y difícil de explicar. Las Iglesias cristianas, que
recibieron su poder por la adhesión incondicional de las masas, se encandilaron
del poder mismo en sí, de las riquezas que da el poder, perdieron su Fe
cristiana, abandonaron las ideas fundamentales de Cristo, y de hecho, sin
notarlo, sin verlo, se convirtieron en los peores enemigos de la Fe. Esa forma
de actuar, (en el transcurso de los siglos) diametralmente contraria a los
principios cristianos , originó el rechazo enérgic y definitivo, no solo de
pueblos de otras creencias, sino también de pueblos cristianos, el rechazo y
resistencia a las Iglesias organizadas –lógico y comprensible- que después se
convirtió en el rechazo del Cristianismo. Ese rechazo avivó las búsquedas de
humanidad fuera del cristianismo, se crearon filosofías y creencias que
empezaron primero desconociendo las enseñanzas de Cristo, más tarde llegaron a
la confrontación más violenta con el Cristianismo. El sentimiento
anti-cristiano dominó amplias capas de la población. El crecimiento demográfico,
las ciudades grandes, la industrialización, después la lucha de las clases, las
guerras, las revoluciones, los inventos sensacional, el crecimiento de los
medios de comunicación, las migraciones masivas –todo contribuyó a la
eliminación paulatina, primero de las convicciones cristianas de masas, más
tarde a todo lo espiritual en conjunto.
Todo eso puso a la personalidad humana bajo las influencias
violentas y enérgicas de miles de presiones distintas – de toda clase, de todo
origen, a veces contradictorias, en mayoría de los casos, falsos y poco
edificantes pero insistentes y agresivas. Con todo eso, el hombre quedó
desconcertado, confundido: perdió paulatinamente sus convicciones natas
quedando vacío, sin adquirir credo alguno nuevo para reemplazar el que ya
perdió. Quedó a merced de profetas falsos, religiosos, filosóficos, políticos.
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